Se distinguen tres tipos de dependencia:
Esta puede
sobrevenir bruscamente, de manera que el entorno familiar la percibe con toda
claridad. Sin embargo, también puede aparecer de forma progresiva y lenta, por
ejemplo, surgen algunas dificultades aisladas y paulatinas: pérdida de visión o
audición, dificultades para hacer algunos movimientos como abotonarse la
camisa. La dependencia entonces es más difícil de medir y de percibir, tanto
por el entorno familiar como por la persona afectada.
Estas
limitaciones acumuladas son con frecuencia referidas a la edad, como si fuera
algo inevitable. Esta percepción impide buscar soluciones médicas como: rehabilitación,
medicación, cirugías que permitirían superarlas o mitigar sus efectos sobre la
autonomía. La necesidad de ayuda y de cuidados físicos incide de forma directa en
la familia, es ella quien por regla general asume esa responsabilidad.
La dependencia psíquica o mental.
Esta sobreviene
de forma progresiva. Se aprecia cuando la comunicación cotidiana va perdiendo
sentido, coherencia y eficacia, y la conversación se hace casi imposible. Las
personas afectadas comienzan a ser incapaces de expresar sus necesidades y de
cuidarse a sí mismas. Para la familia el primer paso consiste en admitir el cambio
psíquico que se ha producido en la persona.
Esto puede
resultar incluso más doloroso que el desgarro que produce observar el deterioro
de un ser querido. A los efectos que genera en la familia el esfuerzo por
satisfacer las necesidades básicas de la vida diaria ABVD, se añaden los
problemas conductuales, afectivos y morales derivados del cuidado del familiar con
disfunciones mentales, relacionadas en su mayoría a la demencia. Estos efectos
se plasman en la carga psicológica que genera la atención a estas personas y
que debe soportar la familia.
La dependencia afectiva.
Puede estar
provocada por un “golpe emocional” que implica cambios de comportamiento. Las
desorientaciones se multiplican y las demandas de compañía también. Estos
síntomas a veces difíciles de descifrar, deben entenderse como llamadas de
atención. Las personas adultas mayores ven a menudo desaparecer a sus amigos La
ausencia más grave es la del cónyuge. La sensación de soledad que producen
estas pérdidas viene acompañada por una legítima inquietud: “¿Cuándo me tocará a mí?”. Esta forma de
dependencia se manifiesta en la necesidad de la persona adulta mayor de estar
siempre acompañada y estimulada para relacionarse con los demás. La soledad es la “enfermedad” más grave de
la persona adulta mayor.
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